Hoy leemos sobre el estilo de vida de los cristianos que vivieron durante los tres primeros siglos después de Jesús.
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Este pod cast muestra destellos del cristianismo en los primeros siglos de su existencia, con sus propias palabras. No ofrece ningún comentario, pero aporta una visión fascinante y, posiblemente, sorprendente de un cristianismo casi olvidado. Los que eligieron vivir de “esta manera”, demostraron que vivir tan cerca como vivió y enseñó Jesús no sólo era posible, sino totalmente imparable.
Las citas que escucharás suelen seguir un orden cronológico, pero empezamos con Tatiano, que escribe hacia el año 160, porque resume bastante bien el espíritu de los que vivieron en este “Camino”:
No deseo ser rey. No deseo ser rico. Rechazo el mando militar. Detesto la fornicación. No me impulsa un amor insaciable de hacerme a la mar para conseguir ganancias. No compito por conseguir honores militares. Estoy libre de una sed loca por conseguir la fama. Desprecio a la muerte. Soy superior a cualquier tipo de enfermedad. El dolor no consume mi alma. Si soy esclavo, soporto la servidumbre. Si soy libre, no me jacto de mi buena cuna. ¡Muere al mundo, repudiando la locura que hay en él! ¡Vive para Dios!
También escribió más tarde
Con nosotros no hay deseo de vanagloria, ni nos entregamos a la variedad de opiniones. Pues habiendo renunciado a lo popular y terrenal, obedeciendo los mandatos de Dios y siguiendo la ley del Padre de la inmortalidad, rechazamos todo lo que se apoya en la opinión humana. No sólo los ricos de entre nosotros persiguen nuestra filosofía, sino que los pobres disfrutan de una instrucción gratuita. Porque las cosas que vienen de Dios superan las recompensas de los regalos mundanos. Así, aceptamos a todos los que desean escuchar, incluso a las mujeres ancianas y a los jóvenes. En resumen, las personas de cualquier edad son tratadas por nosotros con respeto.
Clemente de Roma escribe hacia el año 96
Conocemos a muchos entre nosotros que se han entregado a las ataduras para poder rescatar a otros. También son muchos los que se han entregado a la esclavitud, para que con el precio que recibían por ellos mismos, pudieran proporcionar alimento a otros.
Arístides escribe hacia el año 125
Los cristianos, oh Rey, han recorrido y buscado, y han encontrado la verdad. Según he sabido por sus escritos, se han acercado más a la verdad y al conocimiento genuino que el resto de las naciones. Pues conocen y confían en Dios, el Creador del cielo y de la tierra, en quien y de quien proceden todas las cosas. Por eso, no cometen adulterio ni fornicación. No dan falso testimonio. No malversan lo que tienen en prenda, ni codician lo que no es suyo. Honran a su padre y a su madre y muestran bondad con los que están cerca de ellos. Cuando son jueces, juzgan con rectitud. No adoran a los ídolos hechos a semejanza del hombre. Lo que no quisieran que otros les hicieran, no lo hacen a otros. No comen alimentos consagrados a los ídolos, pues son puros. Consuelan a sus opresores y los convierten en sus amigos. Hacen el bien a sus enemigos. Sus mujeres, oh rey, son puras como vírgenes, y sus hijas son modestas. Sus hombres se guardan de toda unión ilícita y de toda impureza, con la esperanza de una recompensa en el mundo venidero. Además, si alguno de ellos tiene esclavos o esclavas, o hijos, por amor a ellos, los persuaden para que se hagan cristianos. Cuando lo han hecho, los llaman hermanos, sin ninguna distinción. No adoran a dioses extraños, y siguen su camino con toda modestia y alegría. La falsedad no se encuentra entre ellos. Y se aman unos a otros. No apartan su cuidado de las viudas, y libran al huérfano de cualquiera que lo trate con dureza. El que tiene, da al que no tiene. Y esto lo hacen sin presumir. Cuando ven a un extranjero, lo acogen en sus casas, y se alegran de él como de un verdadero hermano. Pues no se llaman hermanos según la carne, sino hermanos según el espíritu y en Dios. Cuando uno de los pobres de entre ellos pasa de este mundo, cada uno de ellos le presta atención, según su capacidad, y se ocupa cuidadosamente de su entierro. Y si se enteran de que uno de los suyos está preso o afligido a causa del nombre de su Cristo, todos se ocupan cuidadosamente de sus necesidades. Si es posible redimirlo, lo liberan. Si hay algún pobre y necesitado entre ellos, pero no tienen comida de sobra para dar, ayunan dos o tres días para suministrar la comida necesaria a los necesitados. Siguen los mandamientos de su Cristo con mucho cuidado, viviendo con justicia y seriedad, tal como el Señor su Dios les ha ordenado. Todas las mañanas y a todas horas dan gracias y alabanzas a Dios por sus bondades para con ellos. Le dan gracias por su comida y su bebida. Si algún justo de entre ellos pasa de este mundo, se alegran y dan gracias a Dios. Acompañan su cuerpo como si partiera de un lugar para ir a otro cercano. Y cuando a alguno de ellos le ha nacido un hijo, dan gracias a Dios.
Carta a Diogneto, en algún momento de los años 125 a 200.
Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por el país, ni por la lengua, ni por las costumbres que observan. Pues no habitan en ciudades propias, ni emplean una forma peculiar de hablar, ni llevan una vida que se distinga por alguna singularidad. Pero habitando tanto ciudades griegas como bárbaras, según la suerte de cada una de ellas, y siguiendo las costumbres de los habitantes en cuanto a la vestimenta, la alimentación y el resto de su conducta ordinaria, nos muestran su maravilloso y confesadamente llamativo método de vida. Viven en sus propios países sólo como residentes. Pasan sus días en la tierra, pero son ciudadanos del cielo. Obedecen las leyes prescritas y, al mismo tiempo, las superan con su vida. Aman a todos los hombres y son perseguidos por todos.
Hacia el año 175, Atenágoras escribe:
Entre nosotros, encontrarás a personas incultas, artesanos y ancianas. Puede que sean incapaces de demostrar con palabras el beneficio de nuestra doctrina. Sin embargo, con sus actos, demuestran el beneficio que se deriva de la aceptación de su verdad. No ensayan discursos, sino que exhiben buenas obras. Cuando son golpeados, no vuelven a golpear. Cuando les roban, no acuden a la justicia. Dan a los que les piden y aman a su prójimo como a sí mismos.
También por esto, según la edad, reconocemos a algunos como hijos e hijas. A otros los consideramos hermanos y hermanas. A los más avanzados en la vida, les damos el honor debido a los padres y a las madres. Por tanto, a aquellos a los que aplicamos los nombres de hermanos y hermanas, y otras designaciones de parentesco, ejercemos el mayor cuidado para que sus cuerpos permanezcan inmaculados e incorruptos.
Clemente de Alejandría escribe hacia el año 195
El hombre espiritual es, pues, el hombre verdaderamente real. Es el sumo sacerdote sagrado de Dios. Por lo tanto, nunca se entrega a la chusma que gobierna de forma suprema los teatros. No admite, ni siquiera en sueños, las cosas que se hablan, se hacen y se ven en aras de los placeres seductores. Tampoco se entrega a los placeres de la vista, ni a otros placeres, … como los inciensos costosos y las fragancias que hechizan las fosas nasales. Tampoco se entrega a los preparativos de las carnes y a las indulgencias de los diferentes vinos que embelesan el paladar, ni a los fragantes ramos de muchas flores, que afeminan el alma a través de los sentidos. En cambio, siempre remonta a Dios el disfrute serio de todas las cosas. Así, ofrece las primicias de la comida, la bebida y el aceite al Dador de todo, reconociendo su agradecimiento en el don y en el uso de las mismas por la Palabra que le ha sido dada. Rara vez acude a banquetes bulliciosos de todos y cada uno, a no ser que sea inducido a ir por el anuncio previo de la naturaleza amistosa y armoniosa del entretenimiento. Pues está convencido de que Dios conoce y percibe todas las cosas, no sólo las palabras, sino también los pensamientos.
Tertuliano escribe hacia el año 197.
Se nos acusa de ser inútiles en los asuntos de la vida. ¿Cómo puede ser ese el caso de personas que viven entre vosotros, que comen la misma comida, llevan el mismo atuendo, tienen las mismas costumbres y soportan las mismas necesidades de la existencia? No somos brahmanes indios ni gimnosofistas, que habitan en los bosques y se exilian de la vida humana ordinaria. Así que viajamos con vosotros por el mundo, sin abstenernos ni del foro, ni de la carnicería, ni del baño, ni de la caseta, ni del taller, ni de la posada, ni del mercado semanal, ni de ningún otro lugar de comercio. Navegamos contigo, servimos en el ejército contigo y cultivamos la tierra contigo. Incluso en las diversas artes, hacemos públicas nuestras obras en vuestro beneficio.
En una carta DIRIGIDA A LOS PAGANOS el mismo Tertuliano escribe:
Aquí llamamos a vuestros propios actos como testigos, a vosotros que diariamente presidís los juicios de los prisioneros y dictáis sentencia sobre los crímenes. Pues bien, en vuestras largas listas de acusados de muchas y diversas atrocidades, ¿se ha inscrito alguna vez el nombre de algún asesino, de algún ladrón de bolsos, de algún culpable de sacrilegio, de seducción o de robo de ropa de baño, como si fuera también cristiano? O cuando los cristianos son llevados ante vosotros por el mero hecho de su nombre, ¿se ha encontrado alguna vez entre ellos un malhechor de este tipo? La cárcel siempre está llena de vapores con tu gente. No encuentras allí a ningún cristiano, a menos que esté allí por ser cristiano. O, si alguien está allí por otra cosa, ya no es cristiano. Por tanto, sólo nosotros no tenemos delito.
También dice que “Incluso entre los que no son de su religión, el cristiano destaca por su fidelidad”.
Nuestra disciplina lleva en sí misma su propia evidencia. No nos delata nada más que nuestra propia bondad, del mismo modo que los hombres malos también se hacen notar por su propia maldad. Pues, ¿qué marca exhibimos sino la sabiduría primordial que nos enseña a no adorar las obras frívolas de la mano humana? Nuestras marcas son la templanza por la que nos abstenemos de los bienes ajenos, la castidad que ni siquiera contaminamos con una mirada, la compasión que nos impulsa a ayudar a los necesitados, la verdad misma (que nos hace ofender) y la libertad, por la que hemos aprendido incluso a morir. Quien quiera entender quiénes son los cristianos debe buscar estas marcas para descubrirlas.